jueves, 10 de mayo de 2012

La pregunta por el ser y la reinterpretación de la naturaleza

 Ciertamente tuvo razón Jean Paul Sartre cuando en su panfletario texto El existencialismo es un humanismo sugirió que había que derribar los viejos prejuicios esencialistas y, por lo tanto, era menester decir que "el hombre no es otra cosa que lo que él se hace". Es decir, no hay naturaleza humana y por ello "la existencia precede a la esencia". Y también estuvo en lo cierto Simone de Beauvoir cuando dijo que "no se nace mujer se llega a serlo".

Pero, previamente a ellos, se anticipó Nietzsche cuando en su mágnifica sentencia sobre la muerte de Dios el "loco" exclamaba: "¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos asesinos entre los asesinos?"
Pero, al parecer, pocos  se detuvieron a pensar hasta el fondo estas premisas nietzscheanas e inadvertieron que la consabida muerte de Dios no se circunscribía tan sólo a la deidad cristiana sino que era extendible a cualquier búsqueda del arjé, principio o fundamento. De este modo, muerto Dios, la ciencia comenzó a monopolizar su lugar vacante sin percibirse que su "autoridad" era exactamente igual de gratuita que la religiosa. Por ello, Sartre fue más allá de esta cosmovisón burguesa, de este humanismo comtiano (el positivismo de Comte) para afirmar que "estamos sólos sin excusas", lo vale decir que ya no resulta válida ninguna fundamentación religiosa, pero tampoco científica o del dogma o cosmovisión de la que proviniese.

Parece que han debido pasar unas cuantas décadas para comenzar a darnos cuenta que sobre los fines del Siglo XX y los principios de este agitado Siglo XXI lo avizorado por estos filósofos (¡tan descuidados por cierta cerrazón cristiana!) comienza a tomar cuerpo en nuestras sociedades occidentales (aunque posiblemente se extienda al resto del planeta). Es que muerto Dios (el dios metafísico...) no es posible hallar ya orden alguno, ninguna ley "natural" ni esencia concebible a menos, claro está, que esta misma sea previamente aceptada y/o consensuada por las sociedades humanas.

Vayamos a los hechos (o a la intepretación de los mismos): el derecho a la muerte digna, el casamiento entre homosexuales, la cuestión pertinente a cuándo y en qué casos interrumpir un embarazo no deseado, la anticoncepción, etc. son temáticas bien puntuales que se han instalado en los actuales debates de nuestra cultura planetaria.

¿Qué significa todo ello? Debemos retomar la sentencia nietzscheana sobre la "muerte de Dios". La extinción del fundamento aún no ha sido pensada. Por ello, en lugar de Dios, la ciencia, etc. ahora nos atenemos al democratizado consenso que elige "libremente" que tipo de decisiones éticas se han de tomar. Y esto significa: la naturaleza humana se elije individual o socialmente.

Es decir; en lugar de intentar pensar (llevando dicha meditación hacia la calle de la práxis) el des-fondamiento del ser, la donación gratuita del mundo y la finitud humana,. nos estamos conformando con la transgresión y la rebelión hacia el "viejo orden establecido". Y en ello posiblemente la sociedad actual sea más tradicionalista, sea más torpe en el pensar que aquella que milenariamente la ha precedido.

Por ende no hay que por qué espantarse. Las actuales planteamientos de nuestra época no tienen nada de decadente ni de escandaloso.Sencillamente es menester asumir que siguen adheridos al nihilismo metafísico que se ha destacado por eludir magistralmente la pregunta por lo que "es", es decir; por aquello que se dona, lo que confiere sentido a la gratuidad de nuestra existencia.

Pues, finalmente, "llegamos demasiado tarde para los dioses y demasiado pronto para el ser, cuyo poema empezado es el hombre..." (Martin Heidegger, Aus der Erfahrung des Denkens).